VOCACIÓN


     Recuerdo que siempre me ha gustado enseñar. Desde que era bien joven me gustaba rodearme de niños para explicarles las cosas que era capaz de ver, de comprender, de descubrir. Cuando pasó el tiempo, comencé a ser catequista, que era el único medio que tenía en mi pueblo para acceder a la enseñanza. Aunque claro, lo hacía a mi manera. No me gustaba aleccionar sobre las virtudes del cristianismo. Me interesaba más que los niños tuviesen valores, virtudes humanas, que fueran "buenas personas". Aún no tenía claro qué clase de profesor era yo, pero iba descubriendo lo que no quería ser.
     Pasaron los años. Durante el camino comencé a estudiar Historia y Geografía en la universidad con la firme intención de ser profesor. Tuve un par de profesores que me metieron el gusanillo de la Historia... y del Arte. Y de paso, me fui formando como educador, monitor, animador, y toqué unos cuantos palos: educación ambiental, clases extraescolares, escuelas de verano, monitor de comedor escolar, incluso coreógrafo para la tercera edad... Un camino largo, que me ayudó a descubrir la precariedad de la empresa privada y lo efímero que puede ser el mundo del ocio y el entretenimiento. Y además, me estaba haciendo mayor para ese sector. Así que, después de una larga reflexión, comencé a estudiar para opositar.
     Y estudiando, soñaba. Soñaba con mis clases, con alumnos interesados en conocer el pasado y el universo, lugares lejanos en el tiempo y en el espacio, comprender el mundo y comprenderse a ellos mismos. Adolescentes esperanzados, llenos de imaginación y de palabras. Y soñé con ayudarlos a encontrar sus caminos en medio de tantas luces y de tantas sombras. 
     Y así, un buen día de julio, alcancé mi sueño de enseñar. Era el principio de un largo camino de enseñanza... y de aprendizaje.

     Han pasado tres años. Sólo tres años. Pero parece mucho más tiempo. Porque me han ocurrido tantos cambios y tantas novedades. Vivo ahora tiempos convulsos y revueltos en la educación. Y parece que, mantener la ilusión y la confianza en esta bella profesión, está convirtiéndose en un ejercicio de voluntad y claridad de ideas. Los frentes que atender se multiplican casi por días: alumnos desmotivados frente a un sistema que perpetúa un modelo obsoleto que premia la repetición sin reflexión y castiga la espontaneidad y la curiosidad; profesores cómodos parapetados en sus  caducos y limitados libros de texto sin afán de novedades o de esfuerzo; padres atónitos frente a la triste rutina de sentir que sus hijos no son atendidos como se merecen, con sus necesidades individuales, sino como parte de un grupo en el que pierden su identidad infantil o juvenil; instituciones que se ceban en este gremio (y no sólo en éste) para corregir sus despilfarros y codicias...

     ¿En quién encontrar apoyo? ¿A quién poder contarle lo que pesa tanta carga emocional? Porque la vocación lleva aparejada una cierta sensibilidad que ayuda a mejorar, a luchar cada día por lo que de corazón se cree. Pero esta sensibilidad te hace también sentir frustración y pena por tanta injusticia en las aulas, en los centros, en las calles. Y en esos momentos de bajón, es cuando más se necesita a la familia. 
     Puede que tu familia no te comprenda del todo. Puede que cueste expresar tus logros, tus descubrimientos, tus sorpresas en el aula. Puede que, los que nos dedicamos a esta cosa de enseñar, seamos unos locos idealistas y, en realidad, sólo nos comprendamos bien entre nosotros. Pero al final los de tu entorno te escuchan, te apoyan, o simplemente se alegran de verte feliz, aunque no te entiendan del todo.
     Por todo esto es difícil cuando, desde tu propia familia, te llueve una crítica a todo tu gremio llena de rencor y alegría por el mal ajeno, o en este caso el propio, y se regocija por la bajada de tu sueldo o la obligación de trabajar en julio, como si todo ello fuese beneficioso o necesario, o casi diría que resulta una forma extraña de hacer justicia social. Y cuando pretendes explicar que somos muchos los que nos esforzamos en dar un servicio de calidad y le quitamos horas al reloj para encontrar la mejor manera de mostrar la belleza de un número, una palabra o una imagen, te derriban con el argumento de lo innecesario de llevarse el trabajo a casa. Como si, para poder hacer mejor nuestro trabajo, nos tuviésemos que conformar con el deficiente material del centro, pudiendo hacerlo mejor y más cómodamente en tu hogar, rodeado de los tuyos y de tu propio material, ese que has ido adquiriendo con los años porque sabías que le podrá ser útil a tus niños, a tus compañeros...

     Que poco me gusta tener que justificarme. Yo me dedico a esto porque creo en la educación como herramienta  de crecimiento, de control de tu propia vida, de descubrimiento del mundo, de los otros y de ti mismo. Y sí, es ahora un momento difícil para dedicarse a este bello arte. Pero creo que todo puede ser lo fácil o lo difícil que uno quiera. Todo depende de la ilusión, la confianza y la alegría que uno le ponga a lo que hace. 
     Por eso, y a pesar de mi sueldo congelado, a pesar de mis compañeros desmotivados y con más ganas de manifestarse que de esforzarse, a pesar de que una mayoría piense que nos lo merecemos, yo seguiré entrando a mis clases cantando y sonriendo a los alumnos. Porque se lo merecen. 


Comentarios

  1. Me parece leer mi propia història. No dejamos de aprender y de enseñar lo aprendido, nos gusta ayudar a crecer a nuestros alumnos. Es maravilloso que te guste tanto el trabajo que no tengas sensación de trabajar, no crees? Y hermoso saber que hay muchas más historias como la tuya repartidas por el mundo. Ni en eso somos originales ;-)

    Enhorabuena por el blog y por este escrito tan sincero. Espero que continues escribiendo.

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